Cuando alguien me preguntaba a qué me dedicaba y yo respondía que era maestra, ocho de cada diez veces mi interlocutor decía: "yo alguna vez tuve un maestro que..." Y procedía a contarme una historia horrible, de crueldad o ignorancia o ambas juntas. De pronto yo me sentía culpable por todos los niños con orejas de burro de la historia de la humanidad.
Sin embargo, aunque ya no soy maestra, puedo decir que es un oficio complejo y enriquecedor. No es todo tan sencillo como pararse frente a un grupo y hablar. Hay que comprender que está uno delante de personas, marcando su historia. Eso lo entendí casi al final de mis días dando clases, quién lo iba a decir.
Mi primer grupo estaba compuesto por personas de casi cuarenta años cuando yo tenía diecisiete. Eran de clase baja y asistían a las clase que yo daba en una preparatoria popular. Muchas veces me regalaron fruta o pan y cuando me lesioné la espalda entre todos cooperaron para comprarme una de las inyecciones que necesitaba, con todo y jeringa. Una vez les pregunté qué harían si se les apareciera un duende y les dijera que ese día todo les saldría bien y una persona en ese grupo tan necesitado de oportunidades me dijo que ella trataría de comprender a toda la gente a la que nunca nadie ha comprendido.
Después di clases particulares, sobre todo de idiomas. Es increíble cómo al interactuar con una sola persona todo se vuelve no sólo más directo, sino más intenso. Además, yo conté con la suerte de convertirme casi en parte de las familias con las que colaboraba. Una vez, en año nuevo, una alumna y su mamá me sorprendieron con una llamada dulcísima en la que me preguntaban cómo me iba y si había logrado todo lo que deseaba hacer cuando me conocieron. Me dolió decepcionarlas un poco, pero así es esto de ser maestro: uno está expuesto al riesgo de que los alumnos un día se den cuenta de que uno no tiene todas las respuestas.
Mi última experiencia fue en una escuelotototota. Me dejó mucho y me quitó mucho, así que quedamos a mano, pero yo prefiero recordar lo bueno. En esa institución tuve el placer de atender a más de trescientos alumnos (se dice fácil, pero yo todavía recuerdo sus nombres y apellidos). Ellos me dieron muchas muestras de cariño y a la fecha me sorprende encontrar blogs en los que escriben sobre algo que me escucharon decir y les resultó especialmente significativo.
Para ser franca, no extraño ser maestra. Mientras lo fui lo disfruté, pero por ahora me siento bien siendo algo distinto. Aún así, atesoro esa experiencia porque, aunque las clases las impartía yo, las lecciones las recibí de mis alumnos.
Felicidades a todos los maestros realmente comprometidos. Para ellos, esta canción.
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Hace 2 meses
3 comentarios:
Neta te admiro. Yo di clases un año y es bastante cansado. Eso sí, me gustó mucho :D. ¿ahora que haces?
Ahora soy gordita y bonita.
¿Eres pingüino de Madagascar?
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