miércoles, 9 de junio de 2010

Una gran lección

La verdad es que los miércoles no me gustaban. Después de mi primera clase tenía que ir a mi martirizante clase de redacción; al principio la clase era muy divertida pero no había entregado ningún escrito, la idea era comentar y criticar el trabajo de los demás -siempre es más fácil hacer eso- y aunque alguna veces los comentarios de la maestra eran toscos la clase me gustaba.

Cuando empecé a entregar mis escritos lo ameno de la clase fue desapareciendo junto con mis ganas de escribir. La fastidia que sentía en asistir no sólo se percibía en mi impuntualidad y mis ausencias, sino también en lo fatídico de mis escritos.

Algunos de mis compañeros mejoraron mucho, en realidad si mejore; pero mi irresponsabilidad y falta de atrevimiento para que los demás me leyeran hizo que mis mejoras pasaran desapercibidas.

En las clases la maestra siempre repetía lo mismo: ¡Es que no usan su imaginación! ¡Imaginen lo que escriben! ¡Hagan frases cortas aunque se sientan de primaria! ¡Sólo García Marquéz puede escribir como ustedes pretenden y claro el nació con una pluma en la mano! ¡Somos científicos sociales, no se pueden dar el lujo de usar las palabras de manera coloquial! ¡Atrévanse a demostrar sus sentimientos! Y otra cantidad extensa de frases similares, pero nosotros pocas veces hacíamos caso.

Con el paso del tiempo en las clases hablábamos de diferentes temas, pero cuando teníamos que leer nuestros escritos mi frustración era tal que de plano prefería ponerme a pensar en otras cosas, al termino de la clase salía con dolor de cabeza, molesta y la mayoría de las veces desvalorizada.

La ultima clase la maestra le dio a uno de mis compañeros unos textos que hablaban de un periodo muy difícil de su vida, quede anonadada y en silencio. Supe valorar sus críticas, estaba frente a una escritora e historiadora, con un pasado tan complicado que me sentía halagada de haberlo escuchado. Entendí que de ahí viene su falta de delicadeza, pero sé que todo lo que nos decía era por algo: Algun día habremos de enfrentarnos a una hoja en blanco y es nuestro deber que sea algo entendible y legible.

Si mi maestra lee esto, se que notará faltas de ortografía, de puntuación etcétera; pero también se dará cuenta que por fin estoy exteriorizando mis sentimientos. Sólo falta decir gracias, fue una gran lección.

2 comentarios:

Frida U dijo...

Ese es un impacto inmenso, verse frente a una página en blanco y tener mucho o poco de decir!!! Hay personas que son marcadas por graves problemas, yo personalmente no comparto la amargura o falta de delicadeza por problemas, pero cada cabeza es un mundo!!! Imaginaté, abajo de ese ogro existia una gran escritora deseosa de enseñar a otros, muy bueno!

Luisz dijo...

Hoy les pregunté a mis alumnos qué debía hacer con los exámenes que tuvieran mala ortografía.

Fueron propuestas interesantes que un día les compartiré.

Saludos.