Desde hace un tiempo me hice habitual de un puesto de tacos de canasta, ubicado sobre Miguel Ángel de Quevedo. Tanto que, hoy que volví después de un tiempo sin hacerlo, el vendedor me preguntó cuál era el milagro al que se debía mi regreso. Me sentí algo así como la marchanta pródiga.
La cosa es que cada vez que como ahí hay, al menos, tres personas pidiendo hasta diez sabrosos taquitos. Mientras yo como mis dos de chicharrón observo la calle y pienso en cuántas cosas verá el taquero, ubicado en un punto tan estratégico. En otras ocasiones me ha hablado de accidentes, de asaltos, del cilindrero que sólo toca "No vale la pena", del tiempo que tarda en llegar una ambulancia, de taxistas y de muchas otras cosas que le competen a cualquier habitante de esta ciudad. Un taquero de esquina podría ser un gran cronista, he pensado. Termino de comer y pago.
Pero vuelvo. Y cuando vuelvo y como junto a chicos fresas que vienen de hacer el súper o junto a viejitas que juntan sus monedas para comprarse dos de papa y uno de adobo, llego a pensar que los tacos son democráticos. Me equivoco: lo sé cuando veo que los albañiles compran seis o siete y los comen con seriedad. Debe ser su comida del día. Devuelvo el plato y pago.
(A veces me quedo pensando en que, en un país como el nuestro, la obesidad es la marca de la pobreza. Quien no puede pagar el pescado o las carnes magras siempre puede acceder a dos tacos de canasta con su buena salsa verde por apenas siete pesos (o incluso menos). Los ricos son flacos en este país porque ellos no se tienen que saciar con grasa.)
Hoy comieron junto a mí dos señores, uno de cincuenta años -de pie- y uno de setenta u ochenta, sentadito. No recuerdo bien por qué empezamos a hablar de presidentes, de cómo eran unos malditos rateros y unos delincuentes. El hombre de cincuenta años me contaba algunas cosas, mientras el de ochenta soltaba alguna picardía y se reía. Coincidimos en que el último buen presidente fue López Mateos, que ninguno le llegaba a los talones a Cárdenas y que Juárez no debió de morir, ¡ay!, de morir. Uno era taxista y el otro había sido obrero. Me preguntaron si había estudiado y yo dije que sí. Así nos quedamos los tres, masticando en silencio, viendo nuestros distintos tiempos desde nuestra condición de iguales.
A veces da tristeza comer tacos; hoy, por ejemplo.
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Hace 2 meses
5 comentarios:
Me encanta el símil!!!! Es tan cierto todo!!!
Varias cosas:
No me gustan los tacos de canasta, ugh, son demasiado grasosos incluso para mí. No de la grasa rica como de las milanesas o las papas fritas.
Ernesto Zedillo fue un gran presidente.
En efecto, Juárez no debió morir de morir, ¡debió ser fusilado en el Cerro de las Campanas!
Cualquier ambulante, si es buen observador, sería mejor cronista que un viejo ridículo rodeado de gatos.
¡Oh sí!
Me dio hambre tu entrada, y lo odio porque por acá no hay taquerías.
Odiaré más leer esto cuando la taquería más cercana me quede a miles de kilométros.
Los tacos sí son democráticos, claro que sí, e indican que podremos no tener nada de nada, pero tortillitas y salsa no nos faltan para sobrevivir.
La democracia del taco no ha de ser el punto a discutir... lo bueno o malo de los presidentes de México, tampoco... lo cierto es que 'don Beno' tenía que morir... porque sí... y de hecho debió hacerlo mucho antes... pero no, Luisz, no en el Cerro de las Campanas...
Ñam, tengo antojo de tacos de carnitas.
Me encantó el post. Yo la verdad tengo taaaanto antojo de tacos que creo que cuando los vuelva a comer no me voy a fijar en nada más que en el sabor. Yomi.
Jijiji le sacaste lo político a Luisz.
Saludos :).
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