De esas cosas que sólo me pasan a mí.

Era mi primera práctica de psiquiatría y el doctor, que para mí es el más guapo del mundo, nos citó en su consultorio.

Cuando llegamos se disculpó y dijo que debía llevar unas cosas a su coche, entonces a mí, sentada frente a su escritorio, de espaldas a la puerta, se me ocurrió empezar a hablar de lo guapo, hermoso, divino que es y de lo mucho que me gusta, de lo atractivo que luce con el cabello cortitito cuando, por supuesto, entró y me escuchó... mis compañeros trataban desesperada e inútilmente de hacerme señas con los ojos para que cerrara mi bocota.

Pero no entendí, ni siquiera los ví, estaba yo tan inspirada hablándoles del porqué el doctor tenía toda mi admiración que no pude darme cuenta.

Entonces entró, se sentó y quedó frente a mí, podía sentir cómo me ruborizaba y cuando me atreví a levantar la mirada para verlo descubrí que él también se había ruborizado.

Como yo estaba de espaldas a la puerta no pude darme cuenta de cómo pasó todo, días después mis compañeros me contaron que él entró al consultorio, me escuchó un ratito y luego ya habló para que me diera cuenta de que ya había llegado.

Desde entonces se me conoce como la más novia del Doctor de Psiquia.

Y como si no fuera suficiente, como si necesitara ayuda para quedar en vergüenza ante los doctores a un compañero se le ocurrió bromear gritándome en un pasillo que ya me había diagnosticado una adicción al sexo, me enojé y cuando volteé para reclamarle sólo pude ver la sonrisa del doctor y de la pena que me dio no puedo ni recordar qué me dijo.

A veces no sé cómo le hago para ser tan yo.

Cada que digo una peladez indudablemente pasa un doctor viejito; cada que bailo sexymente, pasa un doctor pervertidón; si estoy payaseando o diciendo cosas políticamente incorrectas, pasa un doctor muy serio y elegante... pero qué le vamos a hacer, ya crecí así, así me quedé.